viernes, 23 de mayo de 2008

El movimiento estudiantil universitario del Comahue (1970-1976)*

*José Echenique**

Introducción y problemas

Durante la década de los sesenta –los “años dorados” del capitalismo[2]– emergió un movimiento juvenil contestatario que originó revueltas políticas y culturales en numerosas ciudades del mundo. Ya fueran insurrecciones, guerrillas, creaciones artísticas o cambios de valores, costumbres y hábitos, esta generación nacida en el seno del Estado de Bienestar protagonizó, junto a otros actores sociales, los acontecimientos más espectaculares y masivos del periodo. El “Mayo francés”, la “Primavera de Praga”, la “Masacre de Tlatelolco”, Woodstock, el “Otoño caliente” italiano, la cultura hippie y el “Cordobazo” son ejemplos resonantes.

Si bien son varios los problemas teóricos vinculados a la interpretación de aquella época y sus fenómenos, aquí sólo nos referiremos a la clasificación del agente y a las características generales y particulares del movimiento.

Buena parte de esa rebelión sesentista eclosionó dentro de las universidades. A ellas concurrían cada vez más alumnos provenientes de diversos estratos sociales que, al finalizar sus estudios, tenderían a integrarse en las “nuevas clases medias" como profesionales asalariados[3]. La teoría social marxista no acuerda sobre su situación de clase, oscilando entre “pequeña burguesía”, “asalariado-no proletario”, “asalariado profesional” y “proletariado”. La teoría social no-marxista, menos sujeta a la escolástica, suele denominarlos “nuevas clases medias” o “sectores medios urbanos”[4].

Sea cual fuere la clasificación más precisa, la hegemónica racionalidad economicista no pudo haber causado su proceso de radicalización ideológica y política: el grueso de aquellos estudiantes ocuparían empleos bien remunerados en los aparatos del Estado, en la esfera de los servicios y en puestos de planificación y/o control de las industrias más dinámicas[5]. Hasta donde sabemos, su heterogéneo cuestionamiento al status quo no ha intentado ser explicado mediante un análisis que yuxtaponga su situación de clase, su pertenencia a una específica generación y su condición de jóvenes. Tales conceptos –juventud y generación– son problemáticos para la teoría social y para la teoría de la historia marxista y no-marxista[6].

Salvo escasas excepciones, los fenómenos culturales y políticos desarrollados por este agente suelen considerarse de forma escindida. Para Wallerstein[7], por ejemplo, si bien la contracultura fue parte de la euforia social sesentista, no fue central a la “revolución en y del sistema-mundo” acontecida en 1968. Para Hobsbawm, la “cultura juvenil” fue la matriz de la “revolución cultural”, es decir, de los cambios micro-sociales producidos mediante la modificación de prácticas, costumbres y valores.[8]

Postular la unidad fenoménica del movimiento juvenil sesentista no implica desconocer que presentó una amplia gama de diferencias. En EE.UU., por ejemplo, los acontecimientos tuvieron mayor raigambre contracultural: fue el epicentro del hippismo. Pero surgieron otras manifestaciones de índole más específicamente política, como las asociaciones por los Derechos Civiles y de las minoría afroamericana. En Europa –y principalmente en Francia, Italia, Checoslovaquia y Polonia– el denominado "marxismo occidental"[9] y el anarquismo fueron las principales corrientes ideológicas elegidas por los estudiantes para realizar sus críticas al status quo. Según Arrighi, Hopkins y Wallerstein, los movimientos antisistémicos sesentistas reaccionaron contra la hegemonía norteamericana y contra la “vieja izquierda”: socialdemocracia en Occidente, comunismo en el Este y nacionalismos en el Sur. Para estos autores, 1968, tomada como fecha emblemática, fue una revolución mundial que preludia otra por venir o, como ellos afirman, consistió un en “ensayo” durante el cual se institucionalizaron los “nuevos movimientos sociales”. Sus tres variedades mayores (pacifismo, ecologismo y alternativos) tenían sus bases sociales en los nuevos grupos surgidos de las transformaciones del sistema-mundo: los profesionales asalariados, los empleados del sector de servicios (“femeneizado”) y la fuerza de trabajo no especializada o semiespecializada (“etnizada”). Esta interpretación señala que en 1968 estallaron las contradicciones entre movimientos “nuevos” y “viejos”[10].

En los países periféricos[11], el movimiento sesentista tomó cauces más marcadamente políticos. Se combinó con el proceso de descolonización iniciado en la postguerra y con la división del mundo en los bloques capitalista y comunista. Es decir, se entremezcló con las luchas por la “liberación nacional”. Arrighi, Hopkins y Wallerstein destacan que de 1848 a 1968 los movimientos antisistémicos se dividieron principalmente en dos variedades: los sociales y los nacionales. Entre otras cuestiones, ambos se diferenciaban en su definición del problema de la opresión: burguesía sobre el proletariado o Estado/s-nación/es sobre otros Estado/s-nación/es. A pesar de ello, coincidían en muchos aspectos, entre otros, la acción dirigida a obtener el poder del Estado mediante la construcción de organizaciones burocráticas (partidos, sindicatos). Ese objetivo y su correspondiente estrategia fueron blanco de las críticas de la izquierda antisistémica surgida en los sesenta.

Sin embargo, en la periferia –por lo menos en Sudamérica– se produjo una simbiosis entre los movimientos nacionales, sociales y nuevos. Ese particular ensamblaje entre anticapitalismo, antiimperialismo y Nueva Izquierda se manifestó a través de múltiples y heterogéneos fenómenos. Uno de ellos –sin dudas el más importante en el plano político– fue la proliferación de grupos que hacían de la guerra de guerrillas su método fundamental de acción revolucionaria: las Organizaciones Político-Militares (OPM).

La Argentina tuvo un movimiento juvenil sumamente significativo que asumió algunas características particulares compartidas con otros Estados-nación periféricos, en especial latinoamericanos. Pero, a su vez, presentó su propia singularidad, determinada, obviamente, por los rasgos diferenciales de su estructura socioeconómica y de su historia[12]. Cuando a fines de los sesenta la vertiente política del movimiento juvenil estalló en toda su magnitud, el país se encontraba inmerso en una crisis multidimensional que arrastraba desde la década anterior: la larga declinación del Estado populista.

La rebelión juvenil ocurrida en nuestro país desarrolló manifestaciones contraculturales[13], pero su expresión más visible asumió forma política. Las OPM nacionales integraron, junto a un conjunto heterogéneo de asociaciones y de fuerzas sociales[14], la Nueva Izquierda argentina (NI). Cuando el ciclo de insurrecciones de fines de los sesenta convirtió a este movimiento en actor político, sus acciones modificaron integralmente el escenario imperante desde 1955. Según Tortti, la NI contribuyó notablemente a acelerar en la sociedad argentina un proceso de contestación generalizada que sólo pudo ser relativamente apaciguado mediante la institucionalización del peronismo y, posteriormente, definitivamente sofocado mediante la violencia parapolicial y el terrorismo de Estado[15].


El contexto regional

El movimiento estudiantil universitario del Comahue surgió entre principios y fines de 1970 y se constituyó como actor político durante los siguientes seis años. Su emergencia debe ser comprendida como parte de los referidos procesos históricos nacionales e internacionales. Por otro lado, su aparición está relacionada con una serie de transformaciones económicas que, desde tiempo antes, modificaban la composición social de las ciudades de la zona, especialmente de las ubicadas en la región del Alto Valle de Río Negro y Neuquén[16]. El principal impulso de la modernización provenía de los cambios acontecidos tanto a nivel nacional como mundial[17]. En muy resumidas cuentas, Neuquén se insertó en el mercado interno argentino como provincia productora de energía. Por su parte, la zona rionegrina del Alto Valle –hasta ese momento la más próspera– industrializó y comenzó a controlar la comercialización de su producción tradicional: la fruticultura.

Fueron los sectores dominantes de ambas provincias quienes encabezaron aquellas transformaciones socioeconómicas. Sin embargo, el crecimiento económico conseguido desató acontecimientos políticos diametralmente opuestos. Mientras la burguesía neuquina de origen comercial consolidó su dominio creando un novel partido político –el Movimiento Popular Neuquino (MPN)– e implantó un Estado de características interventoras-distribuidoras-planificadoras[18], en la provincia de Río Negro se inició un prolongado proceso de conflictos inter e intra burgueses entremezclados con pujas interpartidarias. Tales enfrentamientos giraron en torno a distintos temas y se desarrollaron en variados momentos. Desencadenaron, por ejemplo, las puebladas conocidas como el “Cipolletazo” (1969) y el “Rocazo“ (1972) [19].

A modo de hipótesis, pueden agruparse en dos tipos de conflictos yuxtapuestos. Denominamos intraprovinciales a los primeros porque se trataba de una disputa entre los sectores dominantes de las tres principales zonas que componen Río Negro (la Atlántica, la Cordillerana y el Alto Valle), lideradas respectivamente por sus ciudades más pobladas: Viedma, Bariloche y General Roca[20]. Llamamos intraregionales a los segundos porque enfrentaron entre sí a las burguesías de las ciudades del Alto Valle, fundamentalmente a la radicada en Cipolletti (por entonces la localidad de mayor crecimiento económico) y a la radicada en General Roca (hasta entonces la localidad más próspera y centro político-administrativo de la Norpatagonia rionegrina). En el primer caso estaba en juego la hegemonía provincial, en el segundo la hegemonía regional[21].

Para completar dicho marco hay que agregar un tercer tipo de conflicto intercapitalista. Lo denominamos interprovincial porque sus protagonistas fueron la homogénea burguesía neuquina y la geográficamente fraccionada burguesía rionegrina. Aunque velada, esta disputa por la hegemonía del Comahue estuvo siempre presente en los acontecimientos del periodo. Algunas muestras pueden extraerse de la lectura de dos diarios regionales: el “Río Negro” de General Roca, dirigido por Julio Rajneri, y el “Sur Argentino” de Neuquén, dirigido por Elías Sapag[22].

Los cambios económicos repercutieron en la estructura social de las ciudades del Alto Valle. Paulatinamente cobraron importancia dos sectores hasta entonces relativamente más escasos: el proletariado urbano y las “clases medias”. Los primeros se ocuparon principalmente en el sector primario y, en menor medida, en el secundario y terciario de la economía (obreros de la construcción, obreros de empresas vinculadas a la explotación de energía, obreros de las agroindustrias frutihortícolas, empleadas domésticas, empleados del comercio y del transporte, etc.). Los segundos se ubicaron primordialmente en el sector terciario y en el empleo público (comerciantes y empleados del comercio, trabajadores estatales, funcionarios, docentes, médicos, arquitectos, ingenieros, contadores, etc.)[23].

La modernización precisaba de mano de obra de variadas calificaciones. En Neuquén, la demanda fue en buena parte cubierta por la inmigración intraprovincial (del interior provincial al departamento Confluencia), interprovincial (provenientes de otras provincias) y, en menor grado, con migrantes extranjeros. Uno de sus efectos fue el vertiginoso crecimiento de su ciudad capital[24].

Dichas transformaciones socioeconómicas provocaron nuevos fenómenos políticos, entre ellos la aparición en Neuquén capital de un conjunto de organizaciones sociales, políticas, sindicales y eclesiásticas que confrontó contra la dictadura de la Revolución Argentina[25] y contra la hegemonía local del MPN. El estudiantado universitario radicalizado fue uno de los sectores más dinámicos de aquel heterogéneo bloque sociopolítico[26].

En ese contexto de crecimiento económico y de pujas interburguesas, ambas provincias fundaron en los años sesenta institutos de educación superior destinados inicialmente a formar docentes primarios y secundarios. Pero los sectores dominantes del Comahue planeaban elevar dicha infraestructura hasta el rango de universidad. De ella debían egresar profesionales, tan necesarios al desarrollo regional. Luego de que un proyecto similar encallara en Río Negro, su vecina provincia ganó finalmente esa carrera fundando en 1964 la Universidad del Neuquén (UN). Sin embargo, a fines de la década, y debido a que insumía presupuesto, se hizo imperiosa la necesidad de transferirla al Estado nacional[27].

Características generales del movimiento estudiantil del Comahue

El movimiento estudiantil del Comahue tuvo en general las mismas características sociales, culturales e ideológicas de sus pares nacionales. Sus integrantes formaron parte de una generación nacida en el cenit del Estado populista y formada durante su lento declinar. Provenían de familias clasificadas como “pequeña burguesía”, “sectores medios” y “sectores populares” urbanos. De niños, algunos fueron testigos de la descomposición del segundo gobierno de Juan Perón y de su definitivo derrocamiento. En su edad escolar, experimentaron la pontificación del peronismo y, junto a los nacidos en los cincuenta, vivenciaron su posterior demonización. Cursaron sus estudios secundarios entre los fracasos de normalización del régimen político: vieron subir y caer a los gobiernos de Frondizi e Illia. Muchos encontraron su vocación por la política participando de actividades sociales impulsadas por la Iglesia Católica u otras instituciones, pero su definitiva politización se produciría en las universidades nacionales entrados los años sesenta e iniciados los setenta.

En la Norpatagonia, la politización se manifestó entre algunos grupos estudiantiles a fines de la década y se volvió masiva entre 1972 y 1973, cuando gran parte del alumnado simpatizaba y/o participaba de organizaciones intra o extra universitarias que adherían a la ideología nacional-popular de izquierda o, en menor cantidad, a otras de filiación marxista en sus variadas versiones y combinaciones (leninista, guevarista, stalinista, trotskista y maoísta). Los alumnos más activos –por lo general dirigentes estudiantiles– también militaron en sus lugares de trabajo y se vincularon con sectores del movimiento sindical, barrial y eclesiástico.

Tal proceso comenzó con la creación de grupos de lectura y debate que paulatinamente fueron cobrando forma orgánica al crear los Centros de Estudiantes. Sus primeras acciones públicas consistieron en demandar mejoras intrauniversitarias tanto materiales como académicas. Pero pronto quedaría claro que además pretendían derrocar al régimen militar e impulsar cambios radicales para el conjunto de la sociedad. Sin embargo, la “cuestión universitaria” nunca se dejó de lado: en 1973 encabezaron un proyecto de transformaciones administrativas, académicas y pedagógicas[28].

A principios de 1973, el movimiento estudiantil local culminó su integración con el nacional recreando las agrupaciones políticas de aquel (JUP, Juventud de Avanzada Socialista, Franja Morada, etc.) y sumando militantes a las OPM. En Neuquén se formaron “células” de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y de Montoneros. En 1974, otro grupo se vinculó con el Partido Revolucionario de los Trabajadores - Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP).

Algunos estudiantes formaron parte de la Regional VII de la Juventud Peronista (JP), la cual ocupó una bancada en la legislatura de Neuquén y abrió ramificaciones de la Juventud Trabajadora Peronista (JTP) y de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES).

En la región del Alto Valle fueron escasas las acciones propiamente militares. De las FAR-Montoneros tenemos documentados tres atentados explosivos contra la propiedad y la sustracción de documentos de identidad de un Juzgado de Paz en Allen. No tenemos registros de acciones similares por parte del PRT-ERP. En la Norpatagonia no murieron personas como resultado de las actividades guerrilleras, mientras que los fallecidos por la represión ilegal del Estado nacional superan la docena[29].

Los acontecimientos

La investigación en curso nos ha permitido realizar una narración cronológica de los hechos en los que estuvo involucrado el alumnado y una periodización de su historia. Dentro del primer ciclo histórico del movimiento estudiantil del Comahue[30] –iniciado en 1970 y culminado a principios de 1976– diferenciamos tres grandes momentos, coincidentes con los procesos que provocaron su origen, auge y declinación[31].

El primero transcurrió entre noviembre de 1970 y diciembre de 1971[32]. El movimiento estudiantil universitario del Comahue emergió de acontecimientos relacionados con la creación y distribución geográfica de la Universidad Nacional del Comahue (UNCo.). Mientras los alumnos de la UN se lanzaron masivamente a la acción pública a fines de 1970 en torno a los conflictos por la “nacionalización” de la casa de estudios; los que cursaban en los institutos rionegrinos lo hicieron a mediados de 1971 alrededor de los enfrentamientos por la radicación de la UNCo. En ambos casos, el nacimiento del movimiento estudiantil estuvo inmerso en la compleja superposición de pujas hegemónicas que hemos calificado como intra provinciales y regionales e interprovinciales.

A fines de la década de 1960 surgieron sus antecedentes inmediatos. A pesar de la expresa prohibición establecida en los estatutos de la UN[33], se conformaron los Centros de Estudiantes y algunos alumnos de las facultades ubicadas en Neuquén capital fundaron una agrupación política: la Línea Estudiantil Nacional (LEN). Una ramificación fue creada más tarde en la Facultad de Ingeniería ubicada en Challacó[34]. Fueron también los “challaquenses” quienes participaron de las movilizaciones de apoyo al “Choconazo” (febrero/marzo de 1970) y se solidarizaron con los obreros huelguistas, donándoles los víveres del comedor. Un mes después, protagonizaron el primer enfrentamiento público con las autoridades universitarias y provinciales al reclamar mejoras materiales y al protestar porque impedían el ingreso como estudiante a un conocido sindicalista[35].

Pero no será sino hasta fines de 1970 cuando emerja el movimiento estudiantil. Los conflictos por la “nacionalización” de la UN fueron el disparador. La necesidad de transferir la institución provincial al Estado nacional asoció en un principio al conjunto del alumnado con las autoridades de Neuquén[36], pero muy pronto quedaría claro que detrás de aquella coyuntural unión subyacían diferencias en cuanto al proyecto de educación superior y, más en general, en cuanto al proyecto de sociedad y de país. Dicha ruptura se reproducía en el interior del alumnado. Hasta 1972 se distinguen dos grupos: los estudiantes contestatarios y los moderados. Tal división era, a la vez, ideológica y geográfica. La mayor parte de los primeros cursaban en Challacó (Ingeniería) y en Cinco Saltos (Ciencias Agrarias). En las Facultades de la capital neuquina (Turismo, Economía y Administración, Humanidades) predominaron los moderados, quienes participaron del quehacer universitario hasta 1971[37]. Pero, además, dentro de los contestatarios convivían distintas posiciones que divergían por su grado de radicalización.

Fue en noviembre de 1970 cuando el alumnado emprendió acciones públicas en pos de la “nacionalización”, entre ellas las primeras manifestaciones exclusivamente estudiantiles y las primeras “tomas” de la sedes de la UN. A fines de aquel mes, un hecho vino a exacerbar los ya caldeados ánimos: el arresto por parte del Poder Ejecutivo Nacional de varios dirigentes gremiales y del estudiante Ramón Jure. Como protesta, los alumnos de Ingeniería empapelaron un tren en Challacó con consignas a favor de la “nacionalización” y por el desprocesamiento de su compañero. En la estación de Neuquén lo esperaba otro contingente de jóvenes que, al verlo llegar, entonó cánticos y arrojó panfletos alusivos. Entre aquellos últimos días de noviembre y los primeros de diciembre, las marchas multisectoriales y las gestiones formales lograron la liberación de los detenidos[38].

El acontecimiento estudiantil más difundido ocurrió el 4 de diciembre, cuando el entonces Presidente de la Nación Roberto Levingston visitó la ciudad de Neuquén. Como forma de repudio, un numeroso grupo de alumnos había iniciado una huelga de hambre en las escalinatas de la Catedral. Cuando el primer mandatario se acercó a ellos para arreglar una entrevista, éstos, espontáneamente, le dieron la espalda, frustrando su intento. El episodio, publicado en diarios y revistas de la Capital Federal, fue bautizado el “Espaldazo”, y con ese nombre el LEN tituló a la revista que comenzó editar en 1971.

Las acciones emprendidas por el estudiantado contestatario fueron duramente condenadas por el gobierno provincial y por los alumnos moderados[39]. El diario “Sur Argentino” utilizó los epítetos de “extremistas” y “minoría de agitadores” para calificar los alumnos díscolos[40]. Éstos, por su parte, de reconocer la “buena voluntad” del gobernador Felipe Sapag, pasaron a acusarlo de “aliado” y “personero” del régimen militar. El enfrentamiento no haría más que agudizarse durante los años siguientes. A fines de 1970, sin embargo, las actividades de ambos dieron resultados: el Estado nacional hizo pública su intención de crear la UNCo., ensamblando la UN con los institutos superiores de Río Negro.

La inminente fundación de la nueva institución educativa desató otro capítulo dentro de las mencionadas disputas inter e intra provinciales e intraregionales, en ese orden de sucesión. Como su finalidad inmediata era lograr el emplazamiento de la futura universidad, otros historiadores las denominaron “los conflictos por la radicación”[41]. La instalación de las dependencias de la futura UNCo., la elección de sus autoridades y el diseño de sus políticas académico-administrativas potenciaron las crecientes rivalidades entre las dos provincias, entre las zonas que componen Río Negro y entre las dos ciudades rionegrinas más importantes de la Norpatagonia: General Roca y Cipolletti[42].

Estos conflictos contaron con la participación de vastos sectores sociales y fueron el disparador del surgimiento del movimiento estudiantil universitario en Río Negro[43]. Los alumnos que cursaban en sus institutos superiores se organizaron en un inicio tras la bandera de la radicación. Sólo paulatinamente fueron diferenciándose de los discursos “localistas” y plegándose a los reclamos más radicales que por entonces enarbolaba todo el estudiantado nacional[44].

En Neuquén, 1971 fue un año de reacomodamiento en el interior del alumnado. Las cada vez más agrias reyertas entre moderados y contestararios fueron resolviéndose a favor de los últimos. Mientras se desarrollaban, una acción típicamente estudiantil mereció los elogios del gobierno del MPN. Se trató de la “toma” de Colonia María Elvira, una isla ubicada en un brazo del río Negro que, ante la baja del caudal de agua, quedó adherida a la costa y, por lo tanto, fue reclamada en propiedad por un particular. Desde hacía 30 años vivían allí un puñado de familias que cultivaban la tierra y criaban animales. El juicio tuvo un fallo a favor de la persona demandante en agosto de 1971. La policía rionegrina desalojó el predio cargando a los lugareños y a sus bártulos en camiones de la Municipalidad de Cipolletti. Un grupo de estudiantes de Ingeniería se enteró del episodio y acudió en auxilio de los pobladores. Volvieron a ocupar las tierras e iniciaron una “toma” de cinco días, apoyada por todo el movimiento estudiantil y por otros sectores sociales. La disputa se resolvió a favor de los desalojados: las autoridades rionegrinas decidieron pagar una suma compensatoria al demandante.

También en agosto, el Centro de Estudiantes de la Facultad de Agronomía (CEFA) ocupó el edificio de la desaparecida Argentine Fruit Distribution para montar allí el internado, y sostuvo, hasta septiembre, una rencilla con las autoridades de la UN por reclamos materiales y académicos. Sus “tomas” y una huelga de más de un mes de duración, realizada en las escalinatas de la Catedral, fueron apoyadas por el Centro de Estudiantes de la Facultad de Ingeniería (CEFI). En 1971, además, surgieron dos nuevas agrupaciones políticas: el Movimiento de Orientación Reformista (MOR), cercano al PC, y la Agrupación Universitaria Neuquina (AUN), vinculada al MPN.

Tras los conflictos entre autoridades y alumnos asomaba la contraposición entre el proyecto de “universidad regional” de los sectores dominantes de ambas provincias y el proyecto de “universidad al servicio del pueblo” de los estudiantes radicalizados. Ambos partían de presupuestos antinómicos: mientras el primero pretendía una institución adaptada a las demandas del mercado de trabajo regional, el segundo pretendía construir una institución al servicio de la transformación del individuo y de la sociedad toda, con el objetivo último de abolir las leyes del mercado[45]. Dentro de esta discrepancia fundamental subyacían otras de índole intrauniversitaria. Mientras las autoridades provinciales planeaban intervenir en el gobierno de la casa[46], los estudiantes concebían una gestión de democracia directa instrumentada en múltiples asambleas[47]. Si bien ambos insistían sobre la “proyección al medio” de la UNCo., para unos significaba priorizar las investigaciones funcionales al desarrollo regional, mientras para los otros significaba la atención integral de las necesidades sociales. Tampoco había acuerdo sobre el sentido de la expresión “abierta al pueblo”: mientras unos se referían a la derogación de los exámenes de ingreso y a un plan de becas y facilidades para los alumnos, los otros agregaban medidas para permitir el acceso de hijos de obreros a los estudios superiores. Por si ello fuera poco, los estudiantes impulsaban una profunda reforma académico-pedagógica que incluía la modificación consensuada de los planes de estudio, la reformulación del trabajo de las cátedras y del sistema departamental y una serie de innovaciones en la relación docente-alumno[48].

Entre 1972 y 1974 transcurrió la etapa de auge del movimiento. La participación del conjunto del alumnado alcanzó su punto máximo de masividad cuando, en 1973, consiguió instaurar el cogobierno e impuso su proyecto de universidad. Con la creación de la Federación Universitaria para la Liberación Nacional del Comahue (FULNC), logró unirse institucionalmente[49]. Durante aquellos años se completó el proceso de radicalización de los alumnos contestatarios y, además, el movimiento estudiantil local se integró al nacional. La Juventud Universitaria Peronista (JUP), frente de la Tendencia Revolucionaria, fue claramente la agrupación política hegemónica[50]. Además del MOR, surgió la Juventud de Avanzada Socialista (JAS), cercana al Partido Socialista de los Trabajadores (PST), el Partido Comunista Revolucionario (PCR) y la Franja Morada, vinculada al Movimiento de Renovación y Cambio de la UCR.

A fines de junio de 1972, varios estudiantes fueron detenidos luego de una movilización de protesta por el asesinato de un alumno salteño, muerto durante una dura represión contra universitarios en Tucumán[51]. Los arrestos fueron atribuidos a su participación durante los enfrentamientos con las fuerzas de la guardia de infantería y de la policía provincial ocurridos en la intersección de la ruta 22 y la avenida Olascoaga. Mientras en los días siguientes se formaba un multisectorial Frente de Lucha por la Liberación de los Presos Políticos (FLLPP)[52], se realizaron anónimos actos-relámpago en el puente carretero Neuquén-Cipolletti y en una plaza céntrica de Cinco Saltos[53]. La primera movilización del FLLPP culminó con más detenidos, luego de que se arrojaran bombas “molotov” contra el edificio del Tribunal Superior de Justicia y se apedrearan las vidrieras del Banco Nación y de Aerolíneas Argentinas[54].

A esa altura, los presos eran 18. Otra oleada de repudios surgió ante los rumores de que serían puestos a disposición del temido Fuero Antisubversivo de la Justicia Federal[55]. Durante los primeros días de julio, los abogados del FLLPP, Carlos Arias y Horacio Ahumada, interpusieron varios habeas corpus y continuaron los trámites legales para lograr la liberación de los estudiantes y dirigentes gremiales detenidos, objetivo logrado casi totalmente entre el 9 y 10 de julio.

Un acontecimiento paralelo acaparó la atención de la opinión pública de la región y del país: el estallido del “Rocazo”. Si bien la pueblada se desarrolló entre el 3 y el 20 de julio, fue entre el 6 y el 9 cuando cobró forma semiinsurreccional mediante la proliferación de barricadas desde las cuales los manifestantes enfrentaron a la policía y a las fuerzas de ocupación del Ejército. Como hemos afirmado, el “Rocazo” debe entenderse primariamente como otro capítulo de los conflictos intra provinciales y regionales de Río Negro. Sin embargo, algunos episodios protagonizados por delimitados sectores sociales pueden interpretarse como un “azo” de corte antidictatorial. El punto de unión entre esos dos “Rocazos” fue la oposición al gobierno de Requeijo. Los estudiantes de General Roca participaron de ambos y, según algunas fuentes, un escaso e inorgánico grupo de alumnos radicados en Neuquén viajó para sumarse al insurreccional[56]. Buena parte de los detenidos durante aquellos sucesos fueron jóvenes que, además, sufrieron golpes y vejaciones.

La segunda mitad de 1972 se desenvolvió con movilizaciones relacionadas con las próximas elecciones nacionales. La agitación social[57] se trasladó a las disputas entre los partidos políticos que competirían por encabezar los gobiernos de ambas provincias: el Frente Justicialista de Liberación (Frejuli) vs. el MPN en Neuquén y el circunstancial binomio Frejuli-UCR[58] vs. el PPR en Río Negro. La campaña electoral se desarrolló en un clima tenso, de duras declaraciones cruzadas y plagado de incidentes violentos que hasta llegaron a costarle la vida a dos jóvenes[59].

Algunos universitarios integraron la Regional VII de la JP e intervinieron públicamente en las actividades proselitistas[60], pero la mayor parte del estudiantado no participó orgánicamente[61]. El triunfo del Frejuli a nivel nacional, del MPN en Neuquén y del Frejuli liderado por el PJ en Río Negro, abrió una nueva etapa.

Los años transcurridos entre 1973 y 1974 fueron los más agitados para el movimiento estudiantil. Como es imposible narrar aquí todos los hechos sucedidos, bástenos saber que muchos giraron en torno a un acontecimiento fundamental: el alumnado radicalizado instauró el cogobierno en la UNCo. y logró poner en marcha varios aspectos de su proyecto de educación superior. Prácticamente le arrebató la dirección de la institución al MPN: desplazó al rector designado en 1972 y lo reemplazó por un Comité de Gestión tripartito en mayo de 1973[62].

Dicho descenlace se inició en abril, cuando se fusionaron dos episodios: por un lado, el Centro de Estudiantes de Servicio Social (CESS) luchaba por influir en la designación del Director de la Escuela y en la elaboración de los planes de estudio; por otro, los alumnos del ciclo básico iniciaron una olla popular en protesta por el precio y la mala calidad de las viandas servidas en el comedor. Con la intermediación de estudiantes de Ingeniería, ambos conflictos confluyeron en una asamblea general que resolvió congelar la actividad académica una semana para discutir acerca de la institución deseada.

Los debates pronto se extendieron a los demás claustros y a las asociaciones de docentes y de no-docentes (ADUNC y APUNC). Una conducción tripartita comenzó a organizar las Jornadas de Reconstrucción Universitaria[63]. Se conformaron Mesas de Trabajo por facultad donde se sintetizaron los núcleos básicos del proyecto de reforma integral de la casa de altos estudios, enmarcado en un más amplio plan de transformaciones socioeconómicas nacionales. Casi al mismo tiempo, su ejemplo fue seguido en las facultades radicadas en General Roca, Cipolletti y Cinco Saltos.

De la maratón de asambleas organizadas por facultad, por escuela y por claustro, surgió una asamblea general extraordinaria que el 17 de mayo dio nacimiento formal a la comunidad universitaria. Si bien el movimiento estudiantil fue el principal impulsor de esos sucesos, contó de aquí en más con el apoyo de profesores y empleados administrativos[64], muchos de ellos aglutinados en las Agrupaciones Universitarias Peronistas (AUP).

Hasta 1974 la comunidad universitaria se dividió en dos bloques. El de la izquierda[65] estaba compuesto por una heterogénea franja de agrupaciones docentes, no-docentes y estudiantiles, con una subdivisión fundamental: las peronistas (mayoría) y las no-peronistas (minoría)[66]. Fueron frecuentes los enfrentamientos entre ambos sectores, pero en las coyunturas críticas actuaron conjuntamente[67]. El bloque de la derecha agrupó a profesores, administrativos y alumnos radicales, peronistas, emepenistas e independientes. Siempre constituyeron una minoría dentro de la UNCo., como lo demuestran los procesos eleccionarios internos celebrados entre 1973 y 1974[68]. En líneas generales, se oponían al proceso de reforma impulsado por el alumnado radicalizado y por sus aliados en los demás claustros, es decir, adherían al proyecto de “universidad regional”.

Las luchas entre ambos bloques se entremezclaron con acontecimientos extra universitarios. Por un lado, algunas veces se confundieron con los enfrentamientos entre el PJ neuquino y el MPN, agudizados tras la victoria emepenista en las elecciones provinciales[69]. Por otro, estuvieron muy condicionados por las vicisitudes de la política nacional. A nadie escapaba que muchos de los dirigentes estudiantiles radicalizados formaban parte de FAR-Montoneros y que dicha OPM había conseguido influencias en el Ministerio de Educación y Cultura liderado por Jorge Taiana[70].

Otro frente de disputas se abrió entre junio y julio de 1973 con la comunidad universitaria de General Roca. Consideramos que los resabios localistas fueron aquí más importantes que las diferencias conceptuales sobre el tipo de universidad a construir. El problema se suscitó en relación a las conclusiones de las Mesas de Trabajo (las cuales, según los roquenses, fueron ignoradas por las autoridades centrales) y por la elección del Decano de la Facultad de Ciencias Sociales. Buena parte de los alumnos, profesores y no-docentes de General Roca iniciaron una huelga cuando sus opositores internos, apoyados por delegaciones de la JUP y las AUP de Neuquén, tomaron la Facultad. Luego de varios vaivenes, culminó la reyerta con el nombramiento de Víctor Chébez como Decano por parte de una numerosa asamblea[71].

Durante 1973 las disputas entre los bloques de izquierda y de derecha de la comunidad universitaria tuvieron como eje el nombramiento de los rectores-interventores. Seis gestiones se sucedieron en la casa de altos estudios: el Comité de Gestión, Raymundo Salvat, Antonio Güemes/Néstor Spángaro, Rubén Gómez y Roberto Domecq. Los rectorados de Spángaro y Güemes funcionaron en forma paralela durante dos meses y desencadenaron un conflicto que presentó algunas de las movilizaciones más masivas y virulentas de todo el ciclo[72].

La situación se aquietó cuando a fines de 1973 el Ministerio de Educación designó en el cargo a Roberto Domecq. Bajo su gestión se instrumentaron algunas de las reformas administrativas, académicas y pedagógicas propuestas por los estudiantes. Entre muchas otras, podemos enumerar aquí las modificaciones consensuadas de los planes de estudio de casi todas las carreras, la confección democrática del estatuto de la casa, la reformulación de las políticas de extensión y de bienestar estudiantil, la firma de convenios con entidades nacionales y la creación de nuevas carreras[73]. Con escaso éxito, el rector-interventor también emprendió una política de distensión hacia los gobiernos de Río Negro y Neuquén.

1974 no fue sólo un año de puesta en marcha de reformas. También en el Alto Valle comenzó la represión ilegal que llegaría a su máxima expresión con el terrorismo de Estado instaurado por la última dictadura militar. Desde mediados de aquel año se denunciaron amenazas de muerte realizadas por la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A) y se concretaron atentados contra las viviendas de integrantes de la izquierda de la comunidad universitaria. La campaña de amedrentamiento contó también con allanamientos de la Policía Federal en los domicilios de estudiantes y no-docentes donde, en algunos casos, se hallaron materiales de las OPM nacionales, armas de fuego y los DNI sustraídos del juzgado de Allen. Por la misma época se realizaron dos de los atentados explosivos perpetrados por las FAR-Montoneros[74].

La etapa de declinación del primer ciclo histórico del movimiento estudiantil del Comahue se inició en enero de 1975, cuando el Ministerio de Educación de la Nación intervino la UNCo., enviando como Rector a Remus Tetu. La universidad fue literalmente “tomada” en pleno receso y desde entonces fue controlada por personal de seguridad que respondía a las directivas de las nuevas autoridades de la casa[75].

Tetu fue enviado a Comahue para iniciar una persecución contra la izquierda de la comunidad universitaria y para desarmar su proyecto de educación superior. Una de sus primeras medidas fue desconocer a todas las entidades gremiales y políticas de la casa, entre ellas la FULNC y los Centros de Estudiantes. Mediante dos resoluciones dejó cesantes a más de cien docentes y no-docentes, mientras, por otro lado, se realizaban concursos de cuestionada legitimidad para cubrir aquellas vacantes y otros cargos. La lista de cesanteados incluyó al grueso de los integrantes del bloque de izquierda de la universidad. La “limpieza” –como fue denominada por el mismo Rector– continuó luego con la expulsión de algunos estudiantes y con diversos actos de amedrentamiento[76]. Tetu deshizo gradualmente la mayor parte de las reformas administrativas, académicas y pedagógicas instrumentadas durante la gestión anterior. Entre otras medidas, se reinstauraron limitaciones para el ingreso, se anularon los planes de estudio, se prohibió bibliografía, se desechó el estatuto democrático de la UNCo., se reformularon las políticas de extensión y bienestar, y se cancelaron muchos convenios vigentes.

Aquellas decisiones fueron justificadas ante la opinión pública endilgando a la gestión anterior compromisos ideológicos “antinacionales” y “subversivos” y denunciándola por irregularidades administrativas. Tetu aseguró que se habían hallado explosivos en los techos del rectorado, que se había utilizado un colectivo de la casa para “apoyar” a la guerrilla instaurada en Tucumán, que se habían dispensado gastos excesivos o superfluos, que se falsificaron documentos públicos, que existieron sobresueldos y que se habían hurtado materiales[77].

A mediados de 1975 la “normalización” parecía estar casi completa: el proyecto de “universidad popular” había sido desmantelado, el personal que lo impulsó, cesanteado, y el movimiento estudiantil estaba desintegrándose. Estos “logros” fueron sintetizados por Tetu con una frase pronunciada en una conferencia de prensa: “A tal extremo llega la normalidad y el orden, que alguien, jocosamente, dijo que esto parece un convento”, afirmó sonriendo el rector-interventor[78]. Su gestión se prolongó hasta fines de año. Dos días después del golpe de Estado de 1976 fue depuesto su reemplazante, Alberto Dosko. Lo sucedió un interventor militar, el Coronel Osvaldo Feijoo.

Las entrevistas realizadas nos han permitido reconstruir lo ocurrido a parte de los alumnos. Sabemos, por ejemplo, que desde enero de 1975 muchos dirigentes estudiantiles fueron derivados por la organización Montoneros hacia distintos lugares del país. Otros tantos, los que no participaban de dicha OPM, se retiraron de la vida pública, en algunos casos mudándose a otras ciudades y provincias. Sólo algunos siguieron cursando en la UNCo.

La represión ilegal continuó y se agudizó durante el gobierno militar instaurado en 1976. Si bien no tenemos una estadística precisa, sabemos por los testimonios orales que en otros lugares del país murieron o fueron secuestradas personas que habían sido estudiantes de la UN y/o de la UNCo. En el Alto Valle se concretaron más de 40 secuestros. 32 de aquellas personas aún continúan desaparecidas[79]. Muchas estuvieron involucradas en los acontecimientos aquí reseñados.

Susana Mujica, Alicia Pifarre, Arlene Seguel, Javier Seminario, Cecilia Vecchi y Mirta Tronelli todavía pertenecían a la comunidad universitaria en el momento de su desaparición. Excepto Mujica, quien ejercía como docente de la casa, los demás eran estudiantes.



* El presente texto expone los resultados parciales de una investigación en curso, producto de una Beca de Iniciación que tiene por objetivo central reconstruir la historia del movimiento estudiantil universitario del Comahue entre los años 1965 y 1976.

** Licenciado en Historia, becario de la Secretaría de Investigación. Participa del Proyecto “Actores sociales, representación y cultura política. Neuquén, 1958-1990”, de la Facultad de Humanidades, Centro de Estudios Históricos de Estado, Política y Cultura (CEHEPyC/Clacso), UNCo., dirigido por la Dra. Orietta Favaro.

[2] Cf. Eric Hobsbawm, Historia del Siglo XX. 1914 – 1991, Barcelona, Crítica, 1995.

[3] El término de “nuevas clases medias” pertenece a Anthony Giddens y diferencia a ese sector de la pequeña burguesía tradicional. Anthony Giddens, La estructura de clases en las sociedades capitalistas avanzadas, Madrid, Alianza Universidad, 1979. La expansión de la esfera de los servicios y la proliferación de ese nuevo tipo de trabajador asalariado llevó a algunos autores contemporáneos a calificar la época bajo distintos epítetos, como la sociedad post-industrial, y a esbozar nuevas teorías del valor en las cuales se daba primacía al conocimiento sobre la actividad productiva material. Un buen ejemplo puede encontrarse en el libro de Alain Touraine, La Sociedad Post-indusrial, Barcelona, Ariel, 1973.

[4] Nuestra hipótesis –que no será desarrollada en este escrito– considera que esos sectores medios formaban parte del proletariado. Se trataba, sin embargo, de una fracción con características que lo diferenciaban de los clásicos obreros industriales: a) su relativa posición jerárquica dentro de las relaciones de trabajo; b) su tendencia a desarrollar labores no directamente productivas de índole intelectual; c) su mayor capacidad adquisitiva. Ello supone que nuestra definición del proletariado –y, más en general, de las clases sociales– no se sustenta en la distinción entre trabajo productivo e improductivo y/o trabajo intelectual y trabajo manual, sino en las relaciones de apropiación. Para una introducción sobre estas problemáticas pueden consultarse las obras citadas de Hobsbawm y Giddens. También Giovanni Arrighi, Terence Hopkins e Immanuel Wallerstein, Movimientos antisistémicos, Madrid, Akal, 1999, y Erik Olin Wright, Clases, Crisis y Estado, Madrid, Siglo XXI, 1983.

[5] El modo potencial (“ocuparían”) indica el estatuto especial de los estudiantes, quienes sólo integran propiamente una situación de clase una vez finalizado el mismo; cf. Erik Olin Wright, op. cit. A modo de hipótesis, consideramos que las “nuevas clases medias” se conformaron mediante un doble proceso interrelacionado: a) la proletarización de sectores de la pequeña burguesía y; b) la profesionalización de sectores de obreros industriales.

[6] El vacío teórico del marxismo para explicar algunas de los fenómenos derivados de la “cultura juvenil” sesentista (feminismo, ecología, pacifismo) fue señalado por Perry Anderson en Tras las Huellas del Materialismo Histórico, México, Siglo XXI, 1988. Para Michael Mann, los movimientos de género y generacionales precisan aún de una teoría explicativa. Cf. Michael Mann, “El envejecer del siglo XX”, Valencia, Revista Debates, 1992. Arrighi/Hopkins/Wallerstein califican a las agrupaciones de jóvenes, mujeres y minorías étnicas como “grupos de status”, retomando y reformulando aquel concepto weberiano. Un escrito reciente de Margulis y Urresti resume la problemática de aquellas categorías. Cf. Mario Margulis y Marcelo Urresti, "La Juventud es más que una palabra", en AA.VV., La juventud es más que una palabra, Buenos Aires, Biblos, 2000.

[7] Immanuel Wallerstein, “1968. Revolución en el sistema-mundo. Tesis e interrogantes”, en AA.VV., El juicio al sujeto. Un análisis global de los movimientos sociales, México, Revista Flacso, Ed. Miguel Angel Purrúa, 1990.

[8] Eric Hobsbawm, op. cit. En nuestra consideración, y siguiendo esa línea de análisis, la variedad de fenómenos culturales, sociales y políticos surgidos durante la década de los sesenta estaban profundamente imbricados. Sus influencias son actualmente tangibles en casi todas las áreas de producción artística y teórica, manifestándose también en una amplia gama de prácticas sociopolíticas concretas y en múltiples aspectos práxicos de la vida cotidiana. La crisis del tipo hegemónico de familia y de los tradicionales roles masculino y femenino, el auge de los denominados “nuevos movimientos sociales” y la vitalidad que cobraron sus cuestionamientos (ecología, el pacifismo, el feminismo, etc.), la crítica a las filosofías del progreso, la problemática de la revolución entendida como la “toma” del poder del Estado, etc., son sólo algunos de los fenómenos y problemas que hicieron eclosión durante aquellos años.

[9] La denominación “marxismo occidental” pertenece a Perry Anderson, Consideraciones sobre el marxismo occidental, México, Siglo XXI, 1991. Sus principales preferencias teóricas fueron las mismas que sostuvieron los jóvenes sesentitas europeos. La recuperación de los problemas humanistas y las temáticas del “joven Marx” (praxis, alienación, etc.) fueron utilizadas para criticar al capitalismo keynesiano, al dogmatismo marxista y a los socialismos existentes. No parece casual que el advenimiento del marxismo occidental incluyera el traslado del discurso marxista desde los sindicatos y los partidos obreros hacia las universidades. Para estudiar la recomposición del marxismo y su inserción en la Argentina, Cf. Oscar Terán, Nuestros años sesentas. La formación de la nueva izquierda intelectual argentina. 1956-1966, Buenos Aires, El cielo por asalto, 1993.

[10] Para los autores, 1968 fue una revolución que fracasó, pero transformó al mundo. En este sentido, afirman, 1968 fue una superación –en el sentido hegeliano del término– de la Revolución Rusa de 1917. Los “nuevos movimientos sociales” emergieron como reacción a la doble dificultad exógena y endógena de los movimientos tradicionales de la vieja izquierda para oponerse a la hegemonía norteamericana y para crear un socialismo no burocrático ni autoritario. Cf. Giovanni Arrighi, Terence Hopkins, Immanuel Wallerstein, op. cit.

[11] La distinción entre países capitalistas centrales y periféricos a sido tomada de Samir Amin, La acumulación a escala mundial, México, Siglo XXI, 1985. Ha esta distinción habría que agregarle la que separa a los países bajo la órbita soviética y los ubicados bajo la órbita norteamericana.

[12] Entre ellas podemos mencionar su configuración geosocial, las características de su clase dominante, de su estructura de clases, los rasgos de la modalidad de acumulación del Estado populista, la interrelación entre sus ciclos económicos, los conflictos sociales y el rol del Estado, etc. No es posible explayarse aquí sobre la singularidad del desarrollo capitalista en la Argentina. Bástenos señalar que esas características diferenciales determinaron las singularidades de la totalidad social denominada Estado populista. Éste –por su misma lógica interna– se desarrolló mediante una serie de ciclos interrelacionados entre las esferas económica, social y política en un “complejo ajedrez tridimensional”, según la metáfora de Halperín Donghi. En otras palabras, existió una causalidad recursiva entre los ciclos de crisis económica, la intensidad y los tipos de protesta social y la crónica inestabilidad institucional del país, agudizada por un conflicto de principios de legitimidad de más larga data. En la superficie, y dentro del periodo que estudiamos, los avatares de esta dinámica se manifestaron como un enfrentamiento entre dos grandes bloques sociopolíticos de cambiante y heterogénea composición: el peronismo y el antiperonismo, según nombraron a la antinomia los actores de la época. Desde 1955, la “cuestión peronista” fue el eje en torno al cual giraron todos los conflictos del periodo. Las distintas estrategias para abordarla condujeron a una alternancia entre gobiernos encumbrados por una semidemocracia y gobiernos militares dictatoriales. La emergencia del movimiento juvenil –y con él de la Nueva Izquierda– modificó integralmente ese escenario. Cf. Horacio Tarcus, “La crisis del Estado populista. Argentina 1976–1990”, Buenos Aires, en Realidad Económica, Nº 107, 1992; Alfredo Pucciarelli, “Conservadores, Radicales e Yrigoyenistas. Un modelo (hipotético) de hegemonía compartida 1916–1930”, en Argentina en la paz de dos guerras 1914–1945, W. Ansaldi, A. Pucciarelli, J. Villarruel (editores), Buenos Aires, Biblos, 1993; Alfredo Pucciarelli, “Introducción” y “Dilemas irresueltos en la historia reciente de la sociedad argentina”, en La primacía de la Política. Lanusse, Perón y la Nueva Izquierda en tiempos del GAN, Buenos Aires, Eudeba, 1999, pp. 7-20 y 23-56. Tulio Halperín Donghi, La larga agonía de la Argentina peronista, Buenos Aires, Ariel, 1994; Jorge Sábato, La clase dominante en la Argentina moderna, formación y características, Buenos Aires, CISEA, 1988; Jorge Sábato y Jorge Schvarzer J., “Funcionamiento de la economía y poder político en la Argentina: Trabas para la democracia”, Buenos Aires, CISEA, 1983,; Guillermo O´Donnell, El Estado Burocrático Autoritario (1966-1973), Buenos Aires, Editoral de Belgrano, 1982.

[13] En nuestro país, fundamentalmente en las ciudades de Buenos Aires, emergió un movimiento hippie que creó comunidades “al margen del sistema” en localidades del interior. Surgió además –caso único en latinoamérica– el rock nacional. Las manifestaciones artísticas fueron muy importantes y algunas alcanzaron difusión internacional, como la historieta “Mafalda”.

[14] Mientras algunos autores identifican la NI con las OPM, otros incluyen al sindicalismo “clasista” y “combativo”, al Movimiento de Sacerdotes por el Tercer Mundo y a un conjunto heterogéneo de asociaciones civiles. La bibliografía sobre la NI es muy abultada. Algunos de los escritos que se pueden consultar son: María Cristina Tortti, "Protesta social y `Nueva Izquierda´ en la Argentina del Gran Acuerdo Nacional", en La primacía de la Política. Lanusse, Buenos Aires, Eudeba, 1999; María M. Ollier, La creencia y la pasión. Privado, público y política en la izquierda revolucionaria, Buenos Aires, Ariel, 1998; María M. Ollier, El fenómeno insurreccional y la cultura política (1969-1973), Buenos Aires, CEAL, N° 145, 1986; María M. Ollier, Orden, poder y violencia (1968-1973), Buenos Aires, Tomos I y II, CEAL, N° 273 y 274, 1989; Gustavo Portoriero, Sacerdotes para el Tercer Mundo; `el fermento de la masa´, Tomos I y II, Buenos Aires, CEAL, Nº 308 y 309, 1991; Pablo Pozzi y Alejandro Schneider, Los setentistas. Izquierda y clase obrera: 1969-1976, Buenos Aires, Eudeba, 2000; Luis Mattini, Hombres y Mujeres del PRT-ERP. De Tucumán a la Tablada, Buenos Aires, De la Campana, 1996; Cecilia Luvecce, Las Fuerzas Armadas Peronistas y el Peronismo de Base, Buenos Aires, CEAL, Nº 436, 1993; Claudia Hilb Claudia y Daniel Lutzky, La nueva izquierda argentina. 1960-1980 (Política y violencia), Buenos Aires, CEAL, Nº 70, 1984; Richard Guillespie, Los Montoneros. Soldados de Perón, Buenos Aires, Grijalbo, 1987; Natalia Duval, Los sindicatos clasistas: SiTraC (1970-1971), Buenos Aires, CEAL, Nº 235, 1988; J. P. Feinmann, La sangre derramada. Ensayo sobre la violencia política, Buenos Aires, Ariel, 1998; Norberto Galasso, La Izquierda Nacional y el FIP, Buenos Aires, CEAL, Nº 8, 1983; Germán Gil, La izquierda peronista (1955-1974), Buenos Aires, CEAL, Nº 253, 1989; Carlos Altamirano, Peronismo y cultura de izquierda, Buenos Aires, Temas, 2001; Eduardo Anguita y Martín Caparrós, La Voluntad. Una historia de la militancia revolucionaria en la Argentina, Tomos I, II y III, Buenos Aires, Norma, 1997, 1998, 1999; Oscar Terán, op. cit,.

[15] Cf. María Cristina Tortti, op. cit.

[16] El Comahue, formado por las provincias de Neuquén y Río Negro, no es propiamente una región. El concepto sí es adecuado para nombrar al Alto Valle de ambas provincias. Cf. Susana Bandieri, “Acerca del concepto de región y la historia regional: la especificidad de la Norpatagonia”, Universidad de Río Cuarto, en Primer Encuentro Regional de Profesores de Historia, María Rosa Carbonari (comp.), 1996

[17] Nos referimos a la emergencia del Estado de Bienestar en los países centrales y los Estados populistas en los periféricos. Utilizamos el concepto “modernización” para dar cuenta de procesos de transformación económica, social y política de una fase capitalista a la otra, cf. Horacio Tarcus, op. cit. En la Norpatagonia, dicho proceso estuvo vinculado a otro semejante de carácter nacional, impulsado por la crisis de 1930

[18] Para estudiar el proceso de formación del MPN y su ideología, cf. Orietta Favaro, “El Movimiento Popular Neuquino, 1961 – 1973 ¿Una experiencia neoperonista exitosa?”, en Estudios Sociales, Santa Fe, Revista Universitaria Semestral, año V, Nº 8, 1995, pp. 117-144.

[19] Las “puebladas” se distinguen de los fenómenos insurreccionales –Cordobazo, Rosariazo, etc.– porque mientras éstos evidenciaban luchas sociales entre clases, aquellas eran iniciadas, impulsadas y encabezadas por los sectores dominantes de una ciudad o localidad contra sus pares de otras ciudades y/o regiones o contra el gobierno provincial y/o nacional. Es decir, eran luchas interburguesas que se valían de la movilización popular si las vías institucionales para la resolución del conflicto se hallaban estancadas. En algunos casos, sin embargo, los movimientos que generaban podían llegar a independizarse de su dirección y cobrar una forma más próxima a la insurrección. Tal fue el caso del “Rocazo”. Cf. Lidia Aufgang, Las puebladas: dos casos de protesta social. Cipolletti y Casilda, Buenos Aires, CEAL, Nº 252, 1989. Sobre el “Rocazo” véase Néstor Spangaro, “El Rocazo: 22 años de olvido”, en Revista de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, General Roca, UNCo., Año 2 - Nº 2 - 1994.

[20] Las pujas intraprovinciales se entremezclaron con disputas interpartidarias, fundamentalmente entre el Partido Provincial Rionegrino (PPR), liderado por el gobernador Roberto Vicente Requeijo y la Unión Cívica Radical (UCR), liderada por las elites roquenses. El conflicto interpartidario, sin embargo, quedó subsumido dentro de los intraprovinciales, como lo ejemplifica la heterogénea composición partidaria que adhirió al “Rocazo”. Cf. Néstor Spángaro, op. cit. y consúltese el Archivo del Diario Río Negro, General Roca.

[21] Insistimos sobre el carácter hipotético de estas conclusiones, las cuales fueron deducidas de los documentos históricos y de los libros ya citados. En la superficie, los conflictos intra provinciales y regionales cobraron la forma de rencillas “localistas”, tras las cuales se agrupaban variados sectores sociales de las ciudades y/o regiones. Lo que unía a tan diversas clases y fracciones eran sus comunes sentimientos de identidad y pertenencia a una localidad. Pero tras una fachada de horizontalidad, las movilizaciones desencadenadas eran lideradas por las burguesías de las ciudades y/o regiones, las cuales disputaban el control de la distribución de las rentas recaudadas por el Estado rionegrino y el predominio de alguna de ellas sobre la totalidad de la provincia.

[22] Para beneficio de los futuros historiadores, ambos periódicos ofrecían extensas coberturas de los acontecimientos, informaciones u opiniones que cuestionaran de una u otra manera la hegemonía local de aquellas familias. El “Sur Argentino” llamó “Roscazo” al “Rocazo”, atribuyó al “apetito egoísta de los roquenses” los conflictos por la radicación de la UNCo. y calificó varias veces de “diario gorila” al “Río Negro”. Éste, por su parte, además de publicar editoriales críticas hacia el gobierno neuquino, parece haber modificado adrede su política editorial: es notorio el contraste entre el “progresismo” de la agencia neuquina y el conservadurismo del resto del periódico. Siendo distintas las fuentes de acumulación de las burguesías valletanas de ambas provincias (intermediación comercial y contratos con el Estado provincial, los neuquinos; producción, industrialización y comercialización frutihortícola, los otros) la obtención de rentas y beneficios por parte del Estado nacional parece haber sido el eje económico del conflicto. Suponemos que también habrá operado el distinto origen socioeconómico y étnico/nacional de ambos sectores dominantes: mientras los neuquinos, en algunos casos sirio-libaneses, surgieron de una “plebeya” intermediación comercial, los del Alto Valle rionegrino constituían desde tiempo antes una especie de “aristocracia” integrada por familias de origen europeo o provenientes de otras provincias argentinas (varias veces el “Sur Argentino” contrapone la extracción “popular” de los neuquinos al “gorilismo” de los “doctores” de General Roca). Tampoco hay que menospreciar la cristalización política de tales diferencias: mientras el grueso de la burguesía neuquina adhería al neoperonismo, buena parte de la rionegrina –y en especial la roquense– integraba o simpatizaba con la UCR.

[23] Cf. Enrique Masés y otros, op. cit. Si bien el trabajo citado se restringe a la provincia de Neuquén y esas transformaciones sociales corresponden principalmente a su ciudad capital, consideramos plausible que sucedieran procesos similares en las urbes del Alto Valle rionegrino.

[24] Las múltiples implicancias económicas, sociales y políticas de aquel proceso de modernización pueden extraerse de la bibliografía existente sobre historia regional. Entre otros, Orietta Favaro, Mario Arias Bucciarelli, Norma García, Alicia González, Graciela Iuorno, Susana Palacios y María C. Scuri, Neuquén. La construcción de un orden estatal, Neuquén, O. Favaro editora, CEHEPyC, 1999; AA.VV., Historia de Neuquén, Bandieri, Favaro y Morinelli (comp.), Buenos Aires, Plus Ultra, 1993; Enrique Mases, Gabriel Rafart, Daniel lvovich y Juan Quintar, El mundo del trabajo en Neuquén. 1930-1970, Educo, Neuquén, 1998; Palermo V., Neuquén, la creación de una sociedad, Buenos Aires, CEAL, N° 212, 1988.

[25] Juan Quintar, El Choconazo, Neuquén, Educo, 1998, p. 13. Coincidimos con este autor en que, por sus características, tanto el “Choconazo” como los conflictos por la “nacionalización” de la Universidad del Neuquén son dos acontecimientos que marcaron la inserción de la provincia dentro de la prolongada crisis de la Revolución Argentina. Cf. también, Juan Quintar, Beatriz Gentile, Susana Debattista y Claudia Bertello, “La Universidad Nacional del Comahue en los años 70: de la rebelión creativa a la reacción autoritaria”, en AA.VV., Universidad Nacional del Comahue (1972-1997). Una Historia de 25 años, Neuquén, Educo, 1997.

[26] Aunque aún es prematuro definirla así, consideramos que ese frente de organizaciones y fuerzas sociales conformó una versión local de la Nueva Izquierda. Además del estudiantado universitario radicalizado, incluyó sindicatos del tipo “clasista” (Obreros y Empleados Municipales) y “combativos” (hasta donde sabemos, podrían clasificarse así ANEOP en Neuquén y UNTER en Río Negro). La NI local también estuvo conformada por sectores de la Iglesia Católica que adherían al movimiento de Sacerdotes por el Tercer Mundo y por asociaciones barriales. Cf. Masés y otros, op. cit.

[27] El proceso de creación de la educación superior en el Alto Valle, los detalles de la fundación de la Universidad del Neuquén y, entre ellos, el problema presupuestario que suponía, han sido desarrollados por Norma García y Silvio Winderbaum, “Los antecedentes de la Universidad Nacional del Comahue: entre proyectos y concreciones”, en Universidad Nacional del Comahue..., op. cit., pp. 1-30

[28] Los estudiantes universitarios del Comahue compartieron también este rasgo con sus pares nacionales e internacionales. Muchas insurrecciones de la época comenzaron por reclamos estudiantiles para lograr reformas intrauniversitarias. Si bien la “cuestión universitaria” pasó a un segundo plano al ampliarse los objetivos de los movimientos, nunca se dejó de lado. Cf. Alejandro Nieto, La ideología revolucionaria de los estudiantes europeos, Barcelona, Ariel, 1971.

[29] Cf. Noemí Labrune, Buscados. Represores del Alto Valle y Neuquén, Buenos Aires, APDH-CEAL, 1988.

[30] Antes de 1970 hubo alumnado, no movimiento estudiantil. Para que éste se constituya se precisa no sólo de la existencia de Centros de Estudiantes y dirigentes que realicen acciones públicas, es además fundamental una participación masiva del estudiantado en la política intra y extra universitaria.

[31] Casi todos los contenidos aquí volcados se encuentran desarrollados en nuestro Informe de Avance. Cf. José Echenique, “El movimiento estudiantil universitario del Comahue (1965-1976)”, en Informe de Avance, 2001, Secretaría de Investigación, UNCo. En este escrito se podrán detectar algunas enmiendas motivadas por el ulterior desarrollo de la investigación. Para elaborarlo utilizamos como principales fuentes: a) Diario Río Negro, 1970 - 1976, General Roca, Río Negro; b) Diario Sur Argentino, 1969 - 1976, Neuquén; c) Documentos estudiantiles de la UN y de la UNCo. (Estatutos de Centros de Estudiantes, revistas, panfletos, comunicados de prensa, etc.), 1968 - 1976; d) Documentos oficiales de la UNCo. (1972 - 1976); e) Testimonios orales recogidos por el autor o por otros investigadores.

[32] Si bien previamente se registraron acontecimientos relacionados con el alumnado de la UN, sólo puede hablarse de movimiento estudiantil a partir su consolidación como actor político y agente histórico. Ello implica que además de crear organizaciones que intervengan en la política intra y extra universitaria, debe haber una participación activa y masiva de la mayoría del alumnado.

[33] Desde sus inicios, la estructura política y académico-administrativa de la UN fue claramente verticalista: el Poder Ejecutivo provincial designaba al Rector y éste centralizaba todas las decisiones. La actividad política del alumnado estaba prohibida. Cf. Norma García y Silvio Winderbaum, op. cit. Las asambleas que redactaron los Estatutos de los Centros de Estudiantes se realizaron en la parroquia del barrio Bouquet Roldán, conducida por el sacerdote Héctor Galbiati. En aquellos escritos, los alumnos incluían entre sus objetivos el integrarse en las luchas estudiantiles nacionales, el acercar a la clase obrera a la educación superior y el bregar por la participación del alumnado en las políticas de la Institución.

[34] El primer LEN fue fundado por Ramón Jure, Rodolfo Teberna y Daniel Baum. Del segundo participaron Juan Carlos Castillo y Carlos Pont, entre otros. Este LEN fue fundado en el tercer aniversario de la muerte de Ernesto “Che” Guevara y adhirió a la línea marxista-leninista del Frente Estudiantil Nacional (FEN), el cual reconocía al peronismo como una de las vías hacia la “toma” del poder del Estado, es decir, hacia la revolución. Durante los años siguientes. el LEN se fue “peronizando” paulatinamente hasta integrarse en 1973 en la Juventud Universitaria Peronista (JUP). Desde 1971, la agrupación estableció contactos informales con las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y se relacionó con el Peronismo de Base (PB). El LEN que funcionaba en Ingeniería ganó la presidencia del Centro de Estudiantes durante tres años consecutivos, siendo sus integrantes algunos de los más destacados dirigentes del movimiento universitario durante todo el ciclo. Fue la primera en editar revistas y panfletos estudiantiles.

[35] Se trataba de uno de los líderes del “Choconazo”, Armando Olivares. Por aquellos reclamos, las autoridades de la Facultad de Ingeniería expulsaron a cuatro dirigentes estudiantiles. Pero luego, ante la insistente protesta de sus compañeros y muy posiblemente ante la intervención del gobernador Sapag, los alumnos debieron ser reincorporados.

[36] Según algunas fuentes escritas y testimoniales, fue el mismo rector de la UN, Marcelo Zapiola, quién a fines de 1970 organizó las primeras asambleas estudiantiles para involucrar al alumnado en las gestiones por el traspaso de la UN al Estado nacional.

[37] Esta notoria división por facultades puede haber tenido relación con el hecho de que buena parte de los alumnos de Challacó y Cinco Saltos cursaban sus estudios bajo un sistema de internado. Los moderados formaron en 1971 la Agrupación Universitaria Neuquina (AUN), la cual fue dirigida por Víctor Reynoso, Presidente del Centro de Estudiantes de Turismo de la UN (CETUN). Muchos de sus integrantes eran empleados administrativos o hijos de funcionarios del gobierno provincial.

[38] Los otros detenidos fueron Sara Garodnik de Mansilla (Sindicato de Obreros y Empleados Municipales) y Aurelio Fentini (La Fraternidad).

[39] Una treintena de alumnos moderados, encabezados por René Reynoso y Elizabeth Pessagno, se entrevistó con Levingston horas después en la Casa de Gobierno, lo que les valió el repudio de gran parte del estudiantado.

[40] Resulta claro que los estudiantes más radicalizados constituían por entonces una minoría, pero por el apoyo de sus compañeros detentaban cargos dentro de los Centros de Estudiantes de Ingeniería y Ciencias Agrarias (CEFI y CEFA) y dentro de la Coordinadora de Centros (CCE), constituída para conducir las luchas por la “nacionalización”. Sin embargo, sabemos por los testimonios orales que exisitieron discusiones internas entre los alumnos más y menos radicalizados.

[41] Cf. Juan Quintar, Beatriz Gentile, Susana Debattista y Claudia Bertello, op. cit.

[42] Las movilizaciones sociales desencadenadas durante los conflictos por la radicación se desarrollaron entre junio y agosto de 1971. Durante ese lapso, se crearon Comisiones Coordinadoras (CC) en las ciudades rionegrinas norpatagónicas y una similar nucleó a todo el Alto Valle rionegrino: la CC de Entidades Valletanas (CCEV). Al principio se intentó lograr la radicación de la sede central de la UNCo., pero, ante la partida perdida, se abogó luego por radicar la mayor cantidad de facultades posible en el Alto Valle rionegrino y no en Bariloche o Viedma. La visita del Ministro de Educación de la Nación, Gustavo Malek, terminó por producir la ruptura de la CCEV debido a que integrantes de la CC roquense no cumplieron lo pactado y entregaron al ministro escritos donde solicitaban la radicación de varias facultades en General Roca, en detrimento de Cinco Saltos y Cipolletti. La puja intraregional se impuso sobre la intraprovincial.

[43] Conviene aclarar que cerca de la mitad del alumnado de la UN no había nacido en Neuquén. Alrededor de un 30 por ciento era oriundo de Río Negro y otro 20 por ciento provenía de otras provincias argentinas. Por ello, resulta inadecuado hablar de estudiantes neuquinos y rionegrinos

[44] Entre el alumnado que cursaba en Río Negro, fueron los estudiantes de la ciudad de Viedma quienes primero utilizaron las consignas de “universidad abierta al pueblo” y de “patria liberada”, aunque muchas veces entremezcladas con otras de índole localista. En el Alto Valle, la movilización contó con una importante participación del alumnado secundario, los cuales también rápidamente se diferenciaron de las pujas interprovinciales e intraregionales, no así de las intraprovinciales. Los estudiantes de Cipolletti abandonaron en septiembre la CC de la ciudad para lograr su independencia y para bregar por la unidad del movimiento estudiantil del Alto Valle de Río Negro y Neuquén. Las posturas más radicalizadas y las restringidas al localismo produjeron rupturas dentro del alumnado rionegrino. Llama la atención que no hay una sola mención en los diarios locales al estudiantado de Bariloche hasta entrado el año 1973. El alumnado de la UN no intervino en los conflictos por la radicación, por el contrario, los criticó desde un principio.

[45] Por lo menos así consta en los documentos de las Mesas de Trabajo, en los cuales varias veces se menciona el objetivo de socializar los medios de producción.

[46] Esta postura fue sostenida principalmente por los sectores dominantes rionegrinos (CERN, CAIC, etc.). El delegado-organizador neuquino de la UNCo., Marcelo Zapiola, se opuso a la intervención directa de los gobiernos provinciales en la gestión de la casa de estudios, la cual reservaba a la comunidad universitaria.

[47] Sin embargo, los estudiantes también renegaban de la autonomía, la cual, a su juicio, desembocaba en la “universidad - isla democrática”, es decir, en una casa de estudios ajena y apartada de los conflictos sociales. Su proyecto de democratización, entonces, incluía la intervención en el gobierno universitario de organizaciones extrauniversitarias. Ello se instrumentó parcialmente mediante los Comités de Movilización surgidos durante 1973. En ellos se agrupaban sindicatos “combativos”, asociaciones civiles y barriales y municipios “liberados”, es decir, aquellos donde triunfaron las fórmulas del Frejuli.

[48] Si bien el proyecto de “universidad al servicio del pueblo” quedó delineado recién en 1973, lo mencionamos antes para claridad de la exposición.

[49] La FULNC fue formada a fines de 1974 cuando finalizaba el auge del movimiento estudiantil. Creemos que esta tardía integración se debió a la dispersión geográfica de las dependencias de la novel UNCo., a los resabios de los conflictos “localistas” y a las disputas político-ideológicas entre las distintas agrupaciones que componían el frente de izquierda del alumnado, principalmente entre las peronistas y las no-peronistas.

[50] La JUP detentó los principales cargos en la mayoría de los Centros de Estudiantes y en la Federación hasta 1975. De hecho, los únicos Centros de Estudiantes donde perdió las elecciones fueron los de las Facultades de Humanidades (triunfó por escasos votos la Franja Morada liderada por César Gass) y de Ciencias de la Educación en Cipolletti.

[51] Entre ellos estaban Juan Carlos Castillo, Alejandro Tagliero, Mario Peralta, Jorge Linder, Arnaldo Silvestro y Miguel Chelar.

[52] El Frente estuvo integrado por el PJ, la Asociación Obrera Minera, la UOM, la Agrupación 26 de Julio de la Construcción, el Sindicato de la Fruta de Cinco Saltos, el PB, el LEN, el Frente de Agrupaciones de Base (FAB), el CEFI y el CEFA, la Asociación de Abogados Peronistas y de Abogados del MID, el PC, la JAS, el Movimiento de los Sacerdotes del Tercer Mundo y otros sindicatos y asociaciones que fueron sumándose durante los días siguientes.

[53] Los actos consistían en armar una barricada con gomas y maderas, prenderles fuego, arrojar volantes y “miguelitos” y despejar la zona antes de la llegada de la policía. En Neuquén incluyó además varios sabotajes contra el suministro eléctrico. Si bien eran anónimos, es obvio que los realizaron los estudiantes.

[54] Las detenciones se produjeron en confiterías céntricas y en el puente del dique Ballester, donde se interceptó un camión que transportaba a varios estudiantes y a Antonio Alac y Ramón Jure. Durante los enfrentamientos, un policía resultó herido por una pedrada y el carro hidrante de la policía recibió 12 impactos de balas calibre 22.

[55] Decimos “temido” porque existían muchas denuncias de torturas infringidas contra los presos a disposición de aquel fuero especial creado por la dictadura de la Revolución Argentina. Bajo esa jurisdicción se encontraba detenida la joven cipoleña María Emilia Salto, quien cumplía una condena en el penal de Rawson.

[56] Esta información surgió de las entrevistas. El número de estudiantes no habría superado la docena. No profundizamos el análisis y la cronología sobre el “Rocazo” porque no hace al tema central aquí reseñado.

[57] Sólo se produjo una detención más. En julio la policía federal detuvo por presuntas actividades subversivas al estudiante de Ingeniería Javier Seminario. En el allanamiento de su domicilio del barrio Confluencia se encontraron “miguelitos”, literatura de “corte comunista”, petardos de regular poder y afiches que “incitaban a la subversión”.

[58] El Frejuli y la UCR de Río Negro no se aliaron electoralmente, pero tuvieron como adversario común al PPR.

[59] La gira de Requeijo por Río Negro produjo virulentas manifestaciones en su contra. Sin dudas, los episodios más graves terminaron con la vida de los jóvenes Agustín Fernández y Juan Bustos (JP), ambos fallecidos por las heridas de bala que les infligieron los disparos de militantes del PPR. Si bien en Neuquén no hubo decesos, el conflicto entre el MPN y el PJ también contó con hechos violentos. Durante la campaña electoral, el “Sur Argentino” denunció frecuentemente la llegada a Neuquén de pelilargos “matones” del Frejuli “importados” desde Buenos Aires, quienes pretendían asesinar a Sapag. Esa época muchos partidos contaban con personal armado que hacía de “grupos de choque” (otra muestra de que la violencia política atravesaba a toda la sociedad argentina y no sólo a los jóvenes radicalizados).

[60] La delegación neuquina de la Regional VII de la JP designó candidato a Diputado Provincial a la joven René Chávez. En Río Negro se registraron varios incidentes entre dos fracciones de la JP. Una respondía al candidato a gobernador Mario Franco; la otra a los delegados nombrados por el Comando Superior del Movimiento Peronista.

[61] Decimos que no lo hicieron orgánicamente porque deben haber participado de las movilizaciones contra el PPR y el MPN y de la proliferación de pintadas y volantes contra ellos en ambas provincias.

[62] El Comité de Gestión estuvo integrado por un docente (Osvaldo Ardiles), un no-docente (Roberto Lacoste) y un estudiante (César Roldán).

[63] La Mesa Coordinadora estuvo conformada por Carlos Pont (estudiantes), Roberto Lacoste (no-docentes) y Jacobo Waiselfisz (docentes).

[64] Además de Waiselfisz, se destacaron, entre muchos otros, los profesores Osvaldo Ardiles, José Luis Parisi, Carlos L´Hereaux, Carmen Mao de Rivas, Humberto Zambón, Néstor Spángaro y Marta Falconier de Moyano. No todos pertenecían a las AUP.

[65] Utilizamos los términos izquierda y derecha para diferenciar a los que estaban a favor o en contra de las reformas intrauniversitarias en aquel contexto.

[66] Dentro de las primeras estaban las AUP y la JUP. Las segundas incluían a profesores independientes o cercanos a otros partidos políticos y, entre los estudiantes, al MOR, la JAS y la Franja Morada.

[67] El sector minoritario solía acusar al peronista de “digitar” las asambleas y tomar decisiones unilateralmente. Uno sólo de aquellos conflictos incluyó hechos de violencia. En 1974, alumnos de la JUP y del JAS entablaron una pelea cuerpo a cuerpo en el comedor de la universidad. Según la versión de la JUP, el JAS no dejaba hablar en las asambleas de Humanidades a sus compañeros peronistas.

[68] En APUNC, por ejemplo, triunfó el 5 de julio de 1973 la pro-reformista lista “verde” por sobre la emepenista “blanca”. Hay que aclarar que desde 1972 la UNCo. venía incorporando personal. Gran parte de los docentes provenían de otras provincias. En 1973 se produjo un significativo ingreso de empleados. La sola lectura de la lista de nombres muestra que se designaron como administrativos a militantes o simpatizantes con el gobierno peronista de la UNCo. Sabemos por las entrevistas, que los no docentes se dividieron prácticamente en esta etapa entre los nuevos y viejos empleados.

[69] Varios líderes del PJ provincial apoyaron al bloque de la izquierda universitaria durante sus conflictos con el bloque de la derecha y con el MPN. Durante la gestión de Salvat fueron muy frecuentes los cruces verbales entre las autoridades universitarias y las provinciales.

[70] Cuando funcionaron los dos rectorados paralelos (Güemes y Spángaro) fueron muy frecuentes las entrevistas de autoridades universitarias y provinciales con el ministro Taiana.

[71] Posiblemente aquí también se combinaron los localismos con las subdivisiones dentro del frente de izquierda de la comunidad universitaria. En la asamblea participaron integrantes de la JP y la JUP. Según el “Río Negro” eran pocas las personas pertenecientes a la comunidad universitaria de General Roca.

[72] Una manifestación realizada durante el crepúsculo del 12 de septiembre contra la intervención de Güemes culminó con más de una docena de heridos producto de los gases y de la desordenada dispersión de los manifestantes. Los disturbios y las barricadas levantadas continuaron hasta entrada la noche.

[73] Según las entrevistas realizadas, el gobierno de Domecq agrupó a personas de ideología heterogénea, pero todas vinculadas a la izquierda de la comunidad universitaria. Las Secretarías de Extensión y de Bienestar Estudiantil quedaron prácticamente en manos de los estudiantes radicalizados.

[74] Se trató de atentados con explosivos contra los edificios de las empresas petroleras BJ y Dowell Schlumberger. En la primera, la carga no detonó. Ambos fueron perpetrados el 16 de septiembre de 1974 por los pelotones “Juancito Bustos” y “Eduardo Soto”, según se informó en un “parte de guerra” firmado por Montoneros. Un nuevo atentado ocurrió el 15 de mayo de 1975, cuando una bomba de regular poder estalló en el domicilio de Raúl Touceda, rector sustituto de la UNCo. La explosión produjo daños materiales en la fachada de la vivienda.

[75] Hemos tenido inconvenientes para reconstruir la historia de este último año. La principal causa radica en la censura o autocensura que el gobierno de Isabel Martínez impuso a los medios masivos de comunicación. Es sugerente, por ejemplo, que el conflicto entre Tetu y los estudiantes haya precisado que buena parte de las réplicas de éstos tuvieran que ser publicadas en forma de solicitadas. Para completar este etapa, entonces, resultó imprescindible acceder a otras fuentes.

[76] Muchos recuerdan que el ex interventor andaba constantemente armado y que, cuando recibía a alumnos en su despacho, un arma reposaba sobre su escritorio, cerca de su mano. Se cuenta también que la vigilancia pedía identificación a los alumnos en las puertas de acceso a la UNCo. y que no pocas veces se requisaba a los estudiantes.

[77] El estado actual de la investigación nos permite asegurar la falsedad del hecho del colectivo. Aún queda pendiente estudiar documentalmente el resto de las denuncias.

[78] Cf. Diario Río Negro, “R. Tetu informó sobre la marcha de la UNC. Crearán carreras intermedias orientadas dentro del derecho”, 26 de abril de 1975, General Roca, Archivo del diario Río Negro. Casi todas las declaraciones públicas de Tetu contenían frases irónicas o provocadoras vertidas con un tono informal rayano con la chabacanería.

[79] Cf. Noemí Labrune, op. cit.

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